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lunes, marzo 24, 2008

Una lectura sobre Rodolfo Ortiz


"Pues recuerdo las noches de/ la serenidad y la locura junto a los/ amigos: ellos escribirán. Esto/ es un epígrafe de mi demostración", anticipa el vate Rodolfo Ortiz desde el poema "Se ama cerrar lo cerrado".

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- Juan Carlos Ramiro Quiroga, lector de poemas y blog, ha urdido esta lectura sobre “Cuadernos de la sequía” (La Paz, 2006), obra poética cuya dignidad radica en sus despojos verbales: el único ropaje de los magnos poetas.

- El blog K. se precia de difundirlo en integridad.

K.


La poesía Rodolfo Ortiz retumba en las hondonadas de La Paz y tiene eco en Córdoba y en Buenos Aires, ciudades donde ha pasado tiempo en compañía de vates y órficos.

La rima del viejo sastre o del joven convicto

Por Juan Carlos Ramiro Quiroga

1. Mientras oía algunas composiciones musicales de Vicentico, el cantante rockero argentino, mis ojos seguían las palabras urdidas por Rodolfo Ortiz (39) en Cuadernos de la sequía (La Paz, 2006), acaso su primer libro de poemas.

2. A alguno le parece demasiado discordante unir “Desapariciones/Río Manzanares” o “Los caminos de la vida” con la lectura de los poemas de Rodolfo Ortiz; pero el hecho es que la circunstancia fortuita se produjo un sábado por la tarde mientras afuera, en la calle, estallaban petardos vaya a saber por qué motivo.

3. Mi esposa dormía la siesta sabatina en el cuarto que ilumina un ventanal enorme. Yo, en la sala de descanso, seguía atento el ritmo musical de Vicentico que manaba tras la depresión o el desconsuelo amoroso: “Los caminos de la vida no son como yo creía…”, decía y se ilumina mi semblante como si hubiera alcanzado la cola de un cometa en el cielo paceño.

4. Con relación a la lectura que enfrentaba entre los sones de Vicentico, Rodolfo Ortiz entonaba otra suerte de ritmo que me conducía por otros desfiladeros verbales. “El fracaso como experiencia adorable”, escribió al principio de “Cuadernos de la sequía” y mis ojos no dejaron de enredarse entre las palabras que formaban sus poemas.

5. ¿Enredarse? Sí; ya que sentía una fuerte punzada en las sienes. Me dolía la cabeza y trataba de evadirla concentrándome en esa revelación poética que concretaba la obra de Ortiz con un marco enorme de probabilidades: “He sido provisto de la visión extraviada. La visión del leer/ extraviado”, exponía y aclaraba el poeta.

6. ¿Cuál es esa visión?, decía yo con cierta curiosidad. No obstante, el poema “Catacora” de Ortiz me dio todo un fogonazo de tal cosa, pero en metáfora temporal con un final y con un comienzo: “-cuando la noche no se ha ido/ cuando el alba todavía no ha llegado-”. Momento preciso cuando una visión ha zarpado de los ojos del poeta: la palabra intermedia.

7. Como sartor resartus o como la misma muerte griega, Ortiz coge aguja e hilo para hilvanar ese hueco o misterio que hay entre una palabra y otra palabra e hilarse el único traje posible: la imagen acaso en cada palabra abatida: “Habito una extraña aniquilación que/ va de palabra en palabra apagando/ sus brasas. Cenizas recobradas, polvo/ fino y gris con el cual pintaré mis cejas/ con el cual conquistaré esa rotura de labios para/ coser y morir en la misma rotura/ entreabierta de palabra (en palabra).”

8. Infinidad de lecturas y poetas se me vinieron encima entonces, como Alejandra Pizarnik o como Jaime Saenz o como José Lezama Lima o como Humberto Quino, no para la comparación necesaria entre el libro de Ortiz y las poéticas de estos ilustres nombres poéticos, sino para marcar distancias o respuestas a búsquedas similares en la escritura.

9. Un ejemplo admirable de esta constancia o enfrentamiento crítico se halla desarrollada plenamente en el poema “Se ha dicho se ha meditado mucho/ sobre la piedra de la locura.” Ortiz más que dialogar con cierta entonación poética de Pizarnik, le arroja una impugnación con la determinación de derribarla en sus ídolos creados que la dejaron emancipada en su infierno musical.

10. ¿Irreverencia frente a estos poetas? Quizás Ortiz ha vislumbrado lo que ellos han apreciado en noches de soledad y orfandad. Entonces, la poesía de Ortiz no torna hacia ellos por mera influencia o casualidad de discípulo, acaso por la misma sequía verbal encontrada y compartida: “Habito una extraña aniquilación que/ va de palabra en palabra apagando/ sus brasas”.

11. Eso quiere decir que Cuadernos de la sequía tiene bien orientado su universo, sus dioses y sus despojos verbales. Vale decir que Ortiz ha escrito su propio poema de conversación sobre el extravío, es decir, ha soplado el mismo cuerno de Nerval con la finalidad de unirse con el mundo invisible, aquel en la que se hallan a sus anchas tanto Rimbaud como Guillermo Bedregal.

12. Desde esa perspectiva, Cuadernos de la sequía es una prédica contra la poética de la noche que fue y es defendida a raja tabla por Jaime Saenz y sus seguidores, respectivamente: “…y también se (¿quién?) que lo oscuro es un invento –herida de las palabras en la herida” (mío el subrayado), anota de entrada Ortiz en Cuadernos de la sequía y basta para apartarlo de la camada de obscuratistas que anidan la urbe de La Paz.

13. Entonces, la poética de Ortiz es una defensa de su propia fábula, de su propio mito y de su propia tragedia: la rima del viejo sastre o del joven convicto. Una poética altamente intelectual para intelectuales y hombres versados en libros.

14. Los lectores de poesía en La Paz están acostumbrados a enfatizar obras ya comentadas o de autores reconocidos. Casi nunca arriesgan una valoración por poemarios en proceso o recientes. He reflexionado durante largo tiempo y me arriesgaría en esta línea: Ortiz ha escrito un gran cuaderno de poemas, es decir, Cuadernos de la sequía es un gran libro de poemas como Fábulas de una caída de Emma Villazón Richter o como El Humo del Paraíso: 2000-2003 de Eduardo Nogales Guzmán.

15. Rodolfo Ortiz nació en La Paz el 26 de noviembre de 1969. Escritor y baterista de una célebre y desaparecida banda de rock. Director de la revista de literatura La Mariposa Mundial y forma parte de equipo editorial que lleva el mismo nombre.



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